domingo, 10 de mayo de 2020

La luna y Mariela

La luna y Mariela jugaban a las cartas aquella noche. Las calles silenciosas se extendían bajo el balcón de la anciana y, de no ser por un par de luces en las ventanas de sus vecinos, podría haber parecido que el barrio entero estaba dormido en esos momentos. Mariela, con una manta fina tapándole los hombros y un té humeante reposando junto a la baraja, conversaba con su amiga sin perder la concentración en el juego cuando, de repente, se confesó:

-          He conocido un hombre. Se llama Alfonso.

                La luna al oírla sonrió.

La verdad es que la luna y Mariela se parecen bastante. Con sus reflejos platinos y la mirada sabia de unos ojos que han visto de todo pero, aun así, saben que quedan muchas cosas por conocer. Aunque se vieran cada noche, Mariela se pasaba los días sola en su casa llena de recuerdos colgados en las paredes o reposando sobre las estanterías. Daba igual el frenesí de las vidas de los protagonistas de las fotos a los que ella tanto amaba, en su salón siempre podrían tomarse un respiro protegidos por un marco que era capaz de congelar el tiempo. Pero, desde que salir a la calle estaba prohibido, los días parecían haberse congelado aun sin estar adornados por un marco. Los lunes eran jueves y los martes podrían haber sido sábados perfectamente. El invierno se convirtió en primavera sin que ella pudiera verlo y, de no haber sido por las llamadas de su familia felicitándola, se habría olvidado de su propio cumpleaños. Pese a todo, no se iba a quedar sin celebrarlo.


Decidió prepararse una gran olla de lentejas con calabaza. Después, el plato estrella: una tarta de cereza que había aprendido a hacer con su madre cuando todavía era pequeña. Así, antes de que el silencio de la hora de la siesta se adueñara también de su casa, rebuscó entre sus viejos discos de vinilo y rescató el que solía escuchar cuando preparaba esa tarta con su madre.

-          Con música, la comida sabe mejor – solía decirle siempre y juntas comenzaron a incluir canciones entre los ingredientes de todos sus libros de recetas.

Al caer la noche, Mariela y su amiga cenaban las lentejas. A la luna le encantaron y se puso tan redonda que podría haberse caído en cualquier momento. Mariela, satisfecha, le explicó la receta paso a paso para que pudiera repetirla.

-          No te olvides de Paul Anka mientras se cuecen. No sé por qué, a las lentejas les encanta.

Luego, mientras comían el postre, Mariela le puso la canción de la tarta a su amiga. Hacía más de veinte años que no la escuchaba pero fue como si las estrofas estuvieran bordadas en su memoria.

-          Debo decir, que las cerezas del super no saben ni la mitad de bien que las del mercado. Tendrías que haberlas probado lunita mía, las que compré cuando conocí a Alfonso. Él no sabía qué fruta llevarse y yo le recomendé la bolsa de cerezas. Al día siguiente me lo encontré haciendo cola para llevarse una caja entera.

De eso hacía ya varias semanas. Había pasado de verlo todas las mañanas entre la fruta a recordarlo como si también fuera un bordado.

-          ¿Puedes verlo, lunita? Si es así, quédate con él un rato. Yo te tengo a ti pero él no tiene a nadie. Si puedes verlo, cuélate por su ventana e ilumínale un poco el cuarto. Estoy segura de que lo harás muy feliz.

Mariela se quedó callada. Absorta en sus pensamientos con la tarta casi entera en su plato y una sensación de tristeza calentándose en su pecho. Estando encerrada, se fue dando cada vez más cuenta de lo mucho que echaba de menos a ese hombre indeciso de la frutería.

-          A veces me da miedo pensar en lo que ocurre más allá de este balcón, lunita mía. Tú desde allí arriba seguro que sabes muchas cosas. ¿Están bien los gatitos de la parada de autobús? ¿Qué están haciendo Luisa y su marido ahora que su bar está cerrado? ¿Estarán bien ellos? Pero, sobre todo… ¿Puedes ver a Alfonso?

La luna, que la había estado escuchando atentamente, no sabía qué contestar para que su amiga volviera a animarse. Lo único que tenía claro era que a la tarta le faltaban las velas. Por eso, la luna dejó que un manto de nubes la ocultara y, aunque eso a la anciana la entristeció todavía más al principio, pudo ver cómo en esa oscuridad iban apareciendo decenas de estrellas centelleantes. Mariela sonrió y, aunque ya no pudiera ver a su amiga, sabía que estaba allí.

-         Lunita mía cuando el mercado vuelva a abrir, prometo hacerte una tarta de cerezas en condiciones. Estoy segura de que a Alfonso también le encantará probarla.


 ☾ ☾ ☾ #NuestrosMayores

lunes, 9 de mayo de 2016

Gli orsi hanno solo fame.

Hablemos del mal. 
Del famoso y temido mal.

Hablemos de que tiene un sinfín de caras diferentes para un sinfín de personas diferentes. 

¿Existe el mal en alguien que está a punto de morir?
¿Existe el mal en alguien que acaba de nacer? 

"Los niños no son malos, son traviesos", contestan muchos. Y, mientras tanto, los niños aplastan gusanos, apedrean a los perros y se ríen de otros niños. Yo no era traviesa de pequeña, yo era mala. A veces, solo hablaba para herir. Hice llorar a mi hermano sin necesidad de tocarlo y fue una sensación tan extraña que quise repetirla. ¿Disfrutaba de sus lágrimas o del poder de hacerle daño? Jugué con lo más tierno que tenía entre mis manos. Nunca lo insulté y nunca lo amenacé de nada. Fueron tres simples palabras las que le hicieron tanto daño: no te quiero.

-¡No te quiero!-le grité. Obviamente, no era cierto, pero él era aún más pequeño y se creyó esas tres palabras. Me sorprendí al principio cuando las lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro redondo. En ese momento, descubrí que le importaba. Y, mientras lloraba, se limitó a decir mi nombre a modo de súplica. ¿Era esa su forma de pedirme amor? ¿Era su forma de pedirme una explicación? No pude dormir aquella noche, me sentía demasiado cruel. Aún así,  me enganché a esas tres palabras.

Llegué a disfrazarlas de teodios, pero cada vez eran menos efectivas. A mi hermano dejó de importarle lo que le decía. El niño me contestaba o me hacía muecas. Perdí el poder y la satisfacción. Ya no podía ser mala. 

Él probablemente ni se acuerde, pero le pediría perdón un millón de veces. Jamás podría volver a hacerle llorar, jamás podría soltar un te odio a la ligera. No podría volver a hacerle daño sobre todo después de sufrir lo mismo. 

Me hicieron daño. Nunca sangré, nunca hubo ni una mísera marca en mi piel, pero lloré. También me mentían mezquinamente solo para ejercer poder. Y me tragaba esas mentiras y al tragarlas me dolían. 

-¡No te quiero!- me gritó alguien cuyo amor realmente me importaba. Y ese alguien lo sabía, por eso se aprovechó de mí. Me hizo débil, vulnerable. Me sentí rota y despreciada y sé que le gustaba verme así. Se sentía más fuerte, disfrutaba viéndome sufrir por no tener su amor. De lo contrario, ¿por qué lo hacía? ¿Por qué si me quería seguía haciéndome daño? Supongo que era su forma de sentirse querido. Siendo malo, malo por infligir dolor conscientemente y disfrutar de ello. Tal y como yo había hecho. Pero yo era una niña pequeña, ¿quedo justificada entonces? 

El mal no se alimentó de nosotros, nosotros nos alimentamos del mal. Engordamos nuestro ego, el placer de sentirnos fuertes. ¿Por qué el mal nos hace sentirnos tan poderosos? Destruye, devasta. Nos hace superiores. 

Dijimos que tiene un sinfín de caras diferentes y, aún así, todas hacen lo mismo: destruir. El mal que aprieta un gatillo, el mal que juega con los sentimientos, el mal como enfermedad y el mal como raza humana para el planeta Tierra. El mal como niño que humilla a otro niño, el mal como hombre que sonríe ante el sufrimiento, el mal que se disfraza de venganza y odio y el mal como quien se hace poderoso en un trono hecho de cadáveres.

¿Es malo el mal? ¡Claro que es malo el mal! ¿Es necesario el mal? ¡Claro que no es necesario!

Respuestas banales, previsibles. Aquellas que queremos oír. 
Pero, si extirpáramos el mal del mundo, ¿qué quedaría exactamente? 

¿Quedaríamos nosotros?
¿Quedaría bien? 
¿Es simple bien lo que quedaría?

Pues bien,
nunca lo sabremos.


Seguimos viviendo con el mal.
Con el famoso y temido mal. 

Eterno.

Llora la niña, mira como llora. 

¿Por qué llora tanto la niña? ¿Qué le pasa? 

No sé, nadie sabe por qué llora. Dicen que el otro día se encontró con la tristeza y que sintió una pena increíble por ella. Lloraba también, era pequeña y frágil. Tenía la piel azulada y los labios violetas. Estaba sentada al lado del río y la pequeña se preguntó si el agua que corría bajo su figura era fruto de sus lágrimas. 

Se acercó a ella temerosa, no quería molestar su llanto pero, a la vez, sentía la necesidad de consolarla. De repente, la tristeza levantó la cabeza y la miró a los ojos. La pequeña se perdió en sus pupilas, podía ver su alma rota y se hirió profundamente. Se humedecieron sus ojos en menos de un instante al descubrir por qué lloraba la tristeza. Jamás dijo qué vio, pero esa mirada la destruyó para siempre. 

Así creció entre llantos, demacrada y cansada de tanto llorar. Nadie volvió a arrancarle una sonrisa aunque todos lo intentaran. Se hizo vieja y los surcos en su cara habían sido escarbados por sus propias lágrimas. Antes de morir volvió al río en el que de pequeña había visto a la tristeza y, para su sorpresa, ahí seguía, llorando todavía. Volvió a acercarse, esta vez sin miedo, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la empujó al agua. Se deshizo entonces, el azul de su piel se fundió con el río y fue imposible distinguir cualquier mínimo rastro de ella. Entonces, la anciana se sentó en la roca que antes ocupaba la tristeza, observó su reflejo y se vio los labios violetas. Era pequeña y frágil, lloraba también. Había perdido toda la vida inmersa en la más profunda pena. Hundió su rostro en sus manos azuladas por el frío y, entonces, escuchó un ruido. Levantó la cabeza y miró a los ojos a la pequeña niña que se acercaba curiosa hasta donde estaba ella. En ese instante, la niña también se echó a llorar. 

Nunca nadie acabaría con la tristeza.

domingo, 1 de mayo de 2016

Por dios.

Me encontraba en el renfe. De repente y como muchas otras veces, una mujer empezó a soltar un sermón para pedir dinero. Cuando llegué a Madrid, no podía evitar sorprenderme por la indiferencia de la gente, pero ahora, yo también bajo la mirada. Aún así, escucho. 

Como cientos de personas en España, apenas llegaba a fin de mes. Era madre de cuatro niños y vivía con su "Santa Madre". En cuanto dijo esto, el discurso me empezó a chocar. 

Había sufrido una trombosis, tartamudeaba y su pierna izquierda estaba paralizada. Luego, empezó a hablar de Dios. Pedía, en nombre de Dios que le ofreciéramos algo de dinero o comida. Nos decía, en nombre de Dios, que pasáramos un buen día y disfrutáramos de nuestras cenas. Nos bendecía, en nombre de Dios y le suplicaba por nosotros que no pasáramos su misma situación. Sin quererlo, empecé a sentir rabia. ¿En serio seguía hablando de Dios estando como estaba? Quise levantarme, gritarlo, darle unas monedas y decirle que no era Dios el que se las estaba dando. Justo antes, había escuchado a un hombre gritar por la calle "Donde está Dios no hay sufrimiento. Dios es paz, escuchen la palabra del Señor". Podría haberle llevado a la mujer del renfe y mostrarle la desesperación para preguntarle si Dios también estaba con ella. Pero me quedé sentada, calmé mi enfado y reflexioné. 

¿Qué es Dios?

Como de los maltratadores, todos dicen que es un buen hombre cuando en realidad son pequeños monstruos. Con la pequeña pero gran diferencia de que estos monstruos existen mientras que Dios, ¿realmente existe Dios? 

Dios es el Fulanito del que todos hablan pero que nadie ha visto. El pensamiento de algún soñador. Un amigo imaginario, un sueño o una mentira. Un simple placebo. Para muchos esperanza o compañía. Es una excusa ante el miedo al desconocimiento. El protagonista de un cuento de hadas que ni siquiera tienen alas. Dios es la mejor invención del mundo. Dios es la peor invención del mundo. Del mundo Dios no es más que una invención. 

Es palabras, literatura, pura gramática. Cuatro letras en español o alemán, tres en inglés o en italiano y ocho en rumano. 

Dios es una costumbre o una tradición. Dios es un dibujo con forma de triángulo. La fantasía sexual de alguna monja llamada María. Dios no es paz, sino guerra. Un transformista sin identidad. Es un mimo, un actor o tal vez un camaleón.

Dios no es.
Dios no debería.
Dios no debería ser tan importante así que dejaré de escribirlo con mayúsculas.
Y de esta lista, dios es el personaje principal. 

Para muchos, dios existe y para otros dios no es más que un chiste. Podemos reírlo o ignorarlo. Asumir comedia la tragedia y pensar en lo absurdo que es que lo sigamos culpando o alabando. Y que a día de hoy como hace miles de años, sigamos preguntándonos por su existencia.


Menudo misterio.
Nunca un chisme había dado tanto de qué hablar.

Y es que seguimos sin darnos cuenta de que, en esta historia, nosotros somos Gepetto.

Rojo.

Gandhi dijo:
"Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales".

Entonces, juzguémonos. 

A nosotros, que nos consideramos civilizados y que nos creemos amigos de los animales por comprarle un collar bonito a nuestros perros. Un país en el que cada año se celebran más de 16.000 fiestas populares donde el maltrato animal es el principal reclamo. Aquí, donde matamos a más de 10.000 toros al año por simple entretenimiento y porque, además, nuestra legislación lo ampara. Y es que, la tauromaquia y los espectáculos taurinos son una excepción dentro de las Leyes de Protección Animal. Y entonces, si no fueran toros sino otro tipo de animales, ¿qué pasaría? Si fueran perros o gatos, nos volcaríamos sin dudarlo a tachar de crueles sin corazón a todo aquel que se atreviera a hacerles daño. Pero no lo son, no son mascotas ni animales que ablanden nuestro corazón. Son bestias sometidas a viles asesinatos. Y mientras tanto, algún inteligente decidió llamarlos "arte" o "cultura". ¿Pero qué clase de arte se siembra con cadáveres? ¿Y qué cultura le aplaude al sufrimiento? Porque luego nos escandalizamos de que en China se maten a más de 10.000 perros para un festival. Y los tachamos de salvajes. Y crueles. Y malvados. ¿Y nosotros? Nosotros no, nosotros tenemos arte. Más de 10.000 obras pintadas con sangre. 

Generalizo, generalizo porque me da vergüenza que se permitan cosas tan atroces en este país. No solo por los toros, sino también por los patos en Valencia o los gansos en  Vizcaya. Y no me creo que exista gente que disfrute de estas tradiciones. No puedo creerlo, pero ocurre. Y grabamos esas muertes con nuestros móviles porque, claro, somos una sociedad civilizada. Nos consideramos modernos y aseguramos vivir en un país desarrollado. Y aunque muchos luchen en contra de esta cultura, desde arriba se sigue permitiendo. Y en cuanto por la calle grites a favor de los animales, te tacharán de hippie y perroflauta. 


Volvemos a olvidarnos de Gandhi.
Volvemos a olvidarnos de que somos animales.

jueves, 7 de abril de 2016

Sin perdices.

Se atragantó con una manzana y dicen que su marido estuvo besándola durante horas con la esperanza de que volviera a despertarse. En el fondo, se llamaba Blanca y el invierno había cubierto de nieve su pequeña casa. Él, incluso vestía de azul aquel día y, por un momento, se sintió un príncipe. Pero después de que su princesa muriera, se dio cuenta de que no formaba parte de ningún cuento de hadas y de que el amor jamás la traería de vuelta. Por eso, Romeo acabó suicidándose al darse cuenta de que su vida era una tragedia.

Cero.

A ti que nunca exististe, a ti que llegaste a ser un sueño. A ti que fuiste mi héroe, los únicos brazos en los que podía sentirme segura. A ti que rompiste mi sueño y me destrozaste día tras día entre tus brazos hasta reducirme a ser un cuerpo errante. A ti, debo decirte que te odio. Te odio tanto que podría destruirte con mis propias manos sin sentir remordimiento. A ti, presencia molesta, no te soporto y duele. Duele porque me gustaría poder quererte. Duele porque me gustaría poder tenerte. A ti que tantas veces me hiciste daño pero que no me dolerás cuando te vayas.  Me gustaría luchar por ti, por tu vida, por tu eterno reposo. Llegar a ser un Wilfrid en busca del litoral que te arropará por siempre. Pero no es así, nunca sera así. Seré feliz cuando te vayas, me sentiré al fin libre. Estaré segura de tus palabras, de tus manos, de tus gestos, de ti. No habrá lágrimas en mis ojos ni nostalgia en mi corazón. Jamás te llevaré flores y nunca mi dolor regará tu tumba. Porque no te tengo ni me tienes, entiéndelo. Desapareciste hace tiempo y, ahora, yo no soy nada para ti y tú, no eres nada para mí. 

sábado, 26 de marzo de 2016

Acero.



No estoy loca. No, no estoy loca. El pez rojo de mi hermano lo confirma. ¿Estoy loca? Le pregunto y él, nada. ¿Ni un poquito? Nada. 

Te miro y no puedo parar, me asustas tanto que empiezo a temblar. El mundo se derrumba en el espejo y los colores se disuelven a lo lejos. ¿Dónde estoy? ¿Dónde estás? ¿A dónde te vas? Te veo, huyes, corres, ¿Qué es lo que te ocurre? Soy yo la que tiene miedo, yo la criatura sin consuelo. 

¿Por qué ni siquiera me miras? Mírame, atrévete a mirarme. Soy los ojos que una vez amaste, esa cara que tantas veces destrozaste. Cállate y escucha, escucha como late, siente como lucha el corazón que un día mataste. No es silencio el de mi pecho, no hay dolor y eso es un hecho.

Por favor, estate quieto, no quiero hacerte daño, no hay rencor en mis abrazos. Porque podría asfixiarte si quisiera como tantas veces me asfixiaste y podría encerrarte hasta que te mueras de agonía. 

Gritarías, de miedo y de angustia, el terror se haría contigo y romperías a llorar con la esperanza de ablandar mi corazón. Pero a ti no te importaba que llorara y nunca te importó hacerme daño porque nunca te importé. 

Y ahora huyes como el cobarde que siempre fuiste. Enfréntame, mírame bien y enfréntate. Recorre con tu mirada mis cicatrices, palpa mis heridas con tus manos, yo no me inmutaré. 

Me has hecho inmortal, ¿has visto? Porque tras morir por ti un millón de veces, esta vez me quedaré aquí para siempre. Soy más fuerte que tú, gusano inmundo, y te asusta, siempre te asustó que pudiera darme cuenta. Y ahora que lo sé quiero amarte hasta destruirte. 

Me basta con besarte tan solo una vez más, así que deja de correr, rata de dos patas, ya no hay escapatoria. Me he vuelto invencible y estoy a punto de vencerte.

Te tengo, te estrujo, te ahogo, 

te beso.


domingo, 28 de febrero de 2016

Te quiero.

No te quiero y nunca volveré a quererte, pero te quise, ¡Oh, si te quise!
Te quise tanto que no podía hacer otra cosa que quererte; tú también me querías y querías que fuésemos "nosotros" y no sencillamente "tú y yo". Yo quería que así fuera y así se lo dije al cura y así se lo dijiste, yo de blanco y tú de celeste porque querías sorprenderme vistiéndote de cielo para volar conmigo eternamente. Y lo quise y nos quisimos, y me quisiste demasiado. Y querías que mis manos te tocaran solo a ti y que mis labios fueran de tu boca. Y quisiste querer que fuera tu princesa y yo estaba encantada de que fueras mi príncipe aunque no fueras perfecto. Y entonces me querías y te quería y no te gustaba que saliera con mi vestido rojo, por eso teñiste mis ojos de violeta aquella vez. Y querías que te quisiera y me rompiste el corazón en un abrazo, y me besaste tan intensamente que empecé a saborear la muerte. Pero yo sé que me querías y lo veo cada vez que cierro los ojos, cuando querías que te quisiera para siempre, y tenía que quererte para siempre. Y me miraste y me dijiste que me amabas antes de convertir nuestra casa en un infierno y las llamas consumieran nuestros recuerdos porque pensabas que morir juntos era la mejor forma de querernos. Pero sigo aquí, querido mío, y puedo abrir mis ojos sin temor a encontrarme con los tuyos para decirte que te odio porque no te tengo miedo. Ya no.


viernes, 19 de febrero de 2016

Ser.

Nacía, crecía, moría
en un país que no era el de sus padres
pero que su corazón convirtió en suyo.

Nacía, crecía, moría,
con una lengua que no hablaban sus abuelos,
pero con la que era capaz de hacer poesía.

Nacía, crecía, moría,
sin el mismo pasado que el de los de esas tierras
pero que, aun así, sentía parte de su historia.

Nacía, crecía, moría,
envuelta en papeles que la tachaban de extranjera,
pero que solo con dinero podría haberlos destrozado.

Nacía, crecía, moría,
rodeada de prejuicios y miradas inquisitorias,
pero que con solo fingir no ser de fuera podría haber evitado.

Nacía así, una niña lejos de una tierra que tendría que haber sido suya. Crecía la chica en tierras que amaba con locura y que con cariño la criaron, y moría como mujer en un lugar que tornó su propio hogar a pesar de que el mundo se empeñara en desahuciarla.
Y mi corazón siempre será del lugar en que nací, y mi sangre extranjera se fundirá con esas tierras en las que crecí sin que ningún papel pueda relegarme a ningún otro sitio. Y así, será mi corazón el que hablará con aquellos que se preguntan de dónde soy. "No lo sé",  diré yo y mis latidos rugirán como volcanes, contestando fuerte y con orgullo: "De Lanzarote, soy de Lanzarote". 

domingo, 31 de enero de 2016

¿Y tú, lector, con qué sueñas?

Y en mis sueños no hay humo ni disparos; no hay dolor, ni penas, ni llantos. En mis sueños no hay pistolas ni balas que prometen muerte. No hay niños llorando en la oscuridad, no hay hombres gritando asustados, ni madres abrazándose a la pena por un amor que las ha dejado rotas. 

En mis sueños grandes y pequeños viven libres, sin miedo a morir, pensar, opinar, vivir… 

Viven en un mundo sensato, sin ataduras ni diablos enmascarados de villanos. Porque en mis sueños no hay sitio para el mal, un mal que nos corroe aquí en el país de las pesadillas, donde no hace falta estar dormidos para toparse con un monstruo o ahogarse en un mar lleno de angustia. 


Y es que, al fin y al cabo es cierto, la realidad supera a la ficción. Es de este mundo del que debemos tener miedo, un mundo en el que la crueldad se erige sobre la debilidad y el pánico, donde los fuertes solo son fuertes por hacer temblar al resto. 

Y así, poco a poco, se construye la sociedad del espanto, en la que unos mueren, otros gritan y otros, sencillamente, miran. Y al final, acabamos irguiéndonos sobre columnas de odio y polvo, sobre las que nos consolamos matando insectos para olvidar que somos los primeros en ser tratados como animales repugnantes. "Qué asco", soltamos antes o después de sentenciarlos como si de esa forma pudiéramos excusarnos, aprendiendo a hacer daño sin sentir remordimiento por dejarnos llevar por un cúmulo de desprecio y temores que carecen de sentido. Y entonces, es cuando el mal triunfa sobre lo bueno y el vacío de nuestras miradas se prende con el fuego del infierno; cuando nuestros fantasmas se manifiestan para aplastar con sus manos frías a los insectos. Criaturas insignificantes, pequeños bichos por los que no sentimos compasión. Animalillos que, como nosotros, también tiemblan de miedo y a los que, si mirásemos a los ojos, podríamos perdonarles la vida. Porque, en ocasiones, no son insectos lo que vemos, sino personas que desaparecen por vendarnos con fobias y rencores. Vendas de triste y espantosa oscuridad que nos aprisiona hasta dejarnos sin aliento, cegándonos y enmudeciéndonos, transformándonos en crueles sombras sin voluntad. Un montón de peones a la deriva que han olvidado por qué luchar: un sueño, un sueño sin humo ni disparos; sin dolor, ni penas, ni llantos. Un sueño en el que, al fin, triunfa la libertad y el miedo es desterrado para siempre a un oscuro, bosque oscuro, en el que nadie jamás nadie volverá a adentrarse.